TIEMPO DE VIGILANCIA, REFLEXIÓN Y RESPONSABILIDAD
Han tenido que pasar muchas semanas para que por fin veamos que los datos sobre la evolución de la COVID19 van permitiendo a los distintos territorios ir avanzando de fase, en este proceso llamado “desescalado”.
Es más importante que nunca permanecer vigilantes y responsables con nuestras conductas para evitar rebrotes, tal como está ocurriendo según escribo este artículo, en algunos puntos de nuestro país o en Israel, donde han tenido que volver a cerrar más de un centenar de colegios.
Retroceder sería dramático y frustrante desde un punto social y de salud pública y hundiría aún más las ya muy preocupantes previsiones económicas para nuestro país.
Por eso, tenemos que extremar la vigilancia y la responsabilidad individual, porque todo parece indicar que estamos más ante un “respiro” de la pandemia, que aproximando la celebración de una victoria.
No conozco ni he leído ninguna opinión respetada que sostenga esto último y, por el contrario, la mayoría teme a un rebrote estacional del virus en el otoño.
Por ello, estas semanas que empezamos a vivir con una menor presión por la caída (que deseo sea sostenida y duradera) de todos los indicadores de la pandemia en nuestro país, pueden y deben utilizarse para la reflexión de lo que ha ocurrido.
¿Qué se ha hecho bien y qué se ha hecho mal?, ¿Que ha sobrado o faltado en cada decisión?, pero sobre todo responder a la pregunta: ¿Qué vamos a hacer diferente para que no veamos repetirse los días dramáticos vividos en las primeras semanas de la pandemia?
Preguntas cuyas respuestas dejo para que sean respondidas por los especialistas y expertos en las diferentes materias que deben concurrir y contribuir a elaborarlas.
Pero sí me atrevo, con humildad, a contribuir con algunas reflexiones desde el sector que conozco, el de la industria farmacéutica.
La experiencia vivida ha dejado en evidencia, algunas fortalezas y muchas debilidades que tenemos como país: existe en España una industria farmacéutica, que, junto a otros actores de la cadena del medicamento, ha asegurado el suministro de medicamentos a los 25 millones de españoles que necesitan diariamente de sus medicinas para tratar las enfermedades que los afligen. No ha sido un reto fácil mantener operativas las más de 80 plantas de producción que hay en España, proteger de manera eficaz a sus trabajadores, porque sin ellos, no hay plantas operativas posibles, conseguir el abastecimiento de materias primas en un mundo con la economía y la movilidad “hibernadas” y evitando el desabastecimiento que estuvo a punto de provocar la sobredemanda (que en parte fue real y parte provocada por temor al desabastecimiento) que se produjo en marzo y abril.
Al tiempo, mediaron solo dos meses entre la secuenciación del código genético del virus y el inicio del primer ensayo clínico de una molécula candidata a vacuna. Y hoy hay más de 120 estudios clínicos de potenciales vacunas y medio centenar de estudios de moléculas para conseguir un tratamiento eficaz contra la COVID19. La reacción fue inmediata y masiva. Y ha adquirido múltiples formas: colaboraciones de laboratorios farmacéuticos con instituciones públicas y privadas, con el mundo académico, con gobiernos de varios países, entre compañías farmacéuticas, etc. Primó la búsqueda de una solución eficaz y rápida antes que cualquier otro criterio, porque el objetivo era y es salvar vidas.
En paralelo, muchas compañías están invirtiendo “a riesgo” en plantas de producción para poder contar con la capacidad de suministrar globalmente las vacunas y/o tratamientos en cuanto alguno de los estudios demuestre la valía de una molécula.
Y digo “a riesgo” porque habrá pocos ganadores y muchos laboratorios que se verán forzados a abandonar sus moléculas por falta de méritos suficientes, después de haber invertido ingentes sumas de dinero, tanto en investigación como en las plantas de producción.
Y todo esto ocurre porque existen estímulos a la innovación (como son las patentes), que han hecho posible que tantas empresas tomen esos enormes riesgos.
Pero es así como se explica que hoy dispongamos de vacunas y tratamientos farmacológicos que hacen evitables o tratables enfermedades que no lo eran hasta hace muy poco.
Y finalmente, las asociaciones que agrupan a la industria farmacéutica mundial han hecho pública su decisión de establecer un precio y unas condiciones que posibiliten el acceso global de las soluciones que vendrán.
Ahora y pensando en el futuro inmediato: ¿Qué necesitamos y podemos hacer como país para evitar la dependencia que ha quedado en evidencia, que tenemos en cuanto a suministros estratégicos para la salud?
¿Seremos capaces de transformar esta necesidad en una oportunidad? ¿Enfocaremos como una prioridad la atracción de industrias que tengan capacidad de producir medicinas, materiales y equipos sanitarios estratégicos?
Las industrias del sector salud (el farmacéutico o la de tecnologías sanitarias, por ejemplo) son excelentes generadores de empleo, importadores de tecnología y procesos punteros al tiempo que promueven un ecosistema que engarza con las tendencias que nos gustaría ver en nuestra economía, especialmente cuando van a sufrir otras industrias tradicionales pero claves, como el turismo o el automóvil.
Estos ecosistemas, además, son los que necesita el país para avanzar en otro frente que las circunstancias nos ha hecho dar de bruces con la realidad: la necesidad de potenciar la ciencia en España. No solo se trata de tener buenos científicos y centros de formación académica; se trata de evitar que muchos científicos se vean forzados a emigrar por la falta de un tejido empresarial donde aplicar sus conocimientos.
SIDA, SARS, MERS, EBOLA, ZIKA, ahora COVID19, etc., es inevitable asumir que vendrán más retos y más complejos aún.
Por lo tanto, la reflexión desde el ángulo industrial que propongo (hay muchos otros asuntos para el debate no menos relevantes), no tiene límites ni condiciones salvo dos: es URGENTE e INAPLAZABLE.
No puedo terminar sin olvidar a los inocentes o mal intencionados que predican por un mundo sin vacunas.
Pues aquí tienen un ejemplo de lo que es la vida en un mundo SIN UNA VACUNA.